AVUI FUNCIÓ

El Mago de Oz

¿Quién no tiene pánico ante las obsesiones que nos picotean?
¿Quién no se siente cobarde ante la incertidumbre?
¿Quién no parece insensible cuando arrasa con todo lo que hay a su paso?
Todos seguimos un camino de búsqueda y aceptación. Muchas veces queremos la fuerza que suponemos en los demás … Al final la fuerza está en nuestro interior.

Conrado Gargallo

10/22/2009

Tecnoautobiografía


La tecnoautobiografía supone un esfuerzo de memoria por mirar y recordar el pasado. Ycomo mi memoria es frágil y sólo recuerda la emoción de lo vivido, voy a centrar este recorrido por las emociones que más me impactaron y que forman parte de mi mochila personal.
Así, recuerdo a mi abuelo paterno frente a un televisor en blanco y negro, con unas antenas que casi tocaban el techo del comedor, llorando de alegría ante la imagen de un féretro que transportaba el cuerpo de un hombre que había “gobernado” el país con mano férrea durante 40 años. En ese momento descubrí que aquel aparatejo que tanto nos entusiasmaba a mis hermanos y a mí, tenía el poder también de transmitir y trastocar nuestras emociones: lágrimas ante un Marco que buscaba a su madre, miedo ante las películas de la serie “Historias para no dormir”, un espejo donde mirar tu propia adolescencia, donde te conocías y te reconocías con las vivencias de los protagonistas de “Verano Azul”… La televisión abrió mi pequeño y único mundo a la existencia de otro mucho mayor.
También resurge en mi cabeza el inconfundible ruido del motor de la “viajera”, nombre que dimos al autobús que me llevaba de la ciudad al pueblo todos los períodos vacacionales, y que además servía para transportar todo tipo de electrodomésticos y enseres del hogar. Y ello en un momento en el que el coche era un artículo reservado para unos pocos privilegiados, como mis tíos que por su condición social – pues regentaban la administración de correos y la única fonda del pueblo – pudieron ser los propietarios del primer utilitario privado del pueblo, la primera lavadora, la primera nevera… Ellos me explicaban con emoción cómo sus vecinos venían a ver dichos artilugios que les permitían tener una proyección más allá del presente (conservar los alimentos, no tener que lavar la ropa en el río o en la pila de lavar…). A todo esto nos acostumbramos pronto y ahora estamos rodeados de muchos y muy variados de estos artilugios que, sin duda, nos proporcionan autonomía y calidad de vida sin ser conscientes de ello, excepto cuando se estropean.
Pero indudablemente, uno de los ámbitos donde mayor incidencia ha tenido el mundo de las nuevas tecnologías ha sido el de la comunicación. Recuerdo con mucha ternura la emoción de una novia que recibía una carta de su novio en la mili, una madre que enviaba un paquete, las cartas de pésame que tenían un borde negro, el lacre timbrado que daba oficialidad y preferencia a determinados envíos… El colaborar en este ámbito, (yo cobraba reembolsos, pagaba giros, entregaba certificados…), me permitía acceder y participar en la vida de muchas familias, en su privacidad. Y de todas ellas quiero destacar mi relación con Don Gerardo, el cura del pueblo, lleno de energía. Recuerdo con mucho cariño cómo me esperaba todas las tardes a las cinco en punto para merendar: él sentado en un impresionante sillón de madera y yo en una butaca a mi medida. Mientras devoraba el chocolate con bizcocho, me explicaba anécdotas, me enseñaba poemas y siempre me despedía diciéndome: “Hasta mañana, Ernestinilla”. Estas reuniones se interrumpieron el mes de febrero del año 1981, cuando se produjo el golpe de estado de un tal Tejero, y que felizmente no tuvo éxito por la mala organización y planificación y la falta de respaldo de las fuerzas superiores. Los adultos andaban preocupados, pegados al televisor y a la radio en espera de noticias que llegaban con cuentagotas. Yo, en cambio, recuerdo que durante unos días no fui a la escuela, que a todas horas había en la televisión dibujos animados, películas… La preocupación de los adultos me era ajena. Así, cuando el comedor de la casa se llenaba de vecinos que entablaban encendidas tertulias yo cogía mi adorada bicicleta BH y me escapaba junto con otras amigas a iniciar aventuras al más puro estilo quijotesco. Aunque del todo ajena no fui, ya que tuve que aprender y después recitar una coplilla que decía así:
“El 23 de febrero, de un año de gran sequía, a manos de un tal Tejero pudo ser funesto el día. Votando estaba el congreso cuando surgió lo imprevisto, el pleno se quedó tieso, aquí no vota ni Cristo. Se oyó una voz estridente, entró un militar con bigote:” Al suelo - dijo a la gente, autoritario y seriote -.” El tomate había empezao” - dijo Fraga. De repente y entonces surgió el Mellao, dando pruebas de valiente…”
Reconozco haber leído el contenido de las postales que llegaban a la oficina, y que por aquel entonces no se enviaban en el interior de un sobre, o cómo los usuarios del teléfono eran conscientes de que las operadoras de las líneas de la centralita escuchaban las conversaciones. ¿Había menos privacidad que ahora? Creo que no. Uno de los problemas de las nuevas tecnologías es la pérdida de intimidad ya que a tu correo e, incluso, a ciertos datos personales pueden tener acceso un sinfín de personas. Eso sí, el acceso es mucho más rápido y extenso.
Y uno de los ámbitos que más impacto me provoca es el de la medicina. ¿Qué sería yo sin mi tratamiento terapéutico, farmacológico, psicológico para mi problema de cervicales? ¡Qué maravilla el poder observar a través de las ecografías como se forma una nueva vida en el vientre de una madre! ¡Cómo la utilización del láser permite una multitud de intervenciones rápidas, sin cicatrización ni hospitalización como, por ejemplo, subsanar el desprendimiento de retina de mi hermana, disolver la piedra de un riñón de mi tía, eliminar las cataratas de mi madre, etc.
Sin embargo, me resisto a olvidar que detrás de todos estos avances admirables – o así deseo pensarlo - está el ser humano, con sus limitaciones y sus imperfecciones. Me da miedo pensar en una sociedad dominada por las nuevas tecnologías, una sociedad con máquinas pensantes. Quiero creer que el pensamiento y el sentimiento siempre serán patrimonio exclusivo del ser humano, nunca extrapolable a sus creaciones.
Bastante inquietud me produce, quizás por mi precaria experiencia en este campo, cómo ahora todo se queda obsoleto en un espacio breve de tiempo. No he asimilado un cambio cuando ya se ha producido otro. Hasta ahora siempre me he movido por mis necesidades: aprendo una cosa cuando considero que la necesito y que me es útil.
No obstante, mi expectativa ante esta asignatura, porque reconozco la importancia de las nuevas tecnologías en nuestro proceso de formación continúa, es el poder llegar al equilibrio entre la tecnofobia y la tecnofilia. Reconozco que encontrar ese equilibrio es necesario en mi desarrollo personal, laboral, social… Pero no quiero renunciar a disfrutar del proceso de aprendizaje.

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